sábado, 29 de diciembre de 2012

DESESPERAR


Pdf. de "Desesperar"


   Para la contraportada de este libro, publicado por Iralka Editorial en mayo de 2003, se ha seleccionado un pasaje que recoge con toda elocuencia una de las ideas-rectoras del ensayo: “Sólo la desesperación nos libera de la mentira interior; sólo ella nos devuelve a la realidad árida, desnuda, casi cadáver, de una condición humana ajena al menor brillo y a la más nimia trascendencia. Instrumento de la liquidación sumaria de toda Quimera, podríamos definir la desesperación como un abrir los ojos sin cobardía ante el fantasma de lo que creemos que somos; un reconocimiento frío y sosegado de nuestra pequeñez de mugre, de nuestra insignificancia de ruido tenue en medio de una noche cualquiera, de nuestra impotencia de hojarasca mecida por los vientos más comunes.”  

Fragmento de Desesperar

5.
El Hombre De La Gallina Muerta En La Entrepierna

     Hay aquí un hombre con una gallina muerta en la bragadura que rompió con todos los modos concebibles de existencia al amarrarse voluntariamente a un solo quehacer. Encadenándolo de por vida a una sola tarea, fue su libertad la que le llevó a no esperar nada de las demás ocupaciones. Un hombre que rompió con todas las mujeres al no perseguir la carne de ninguna. Puesto que tenía un mulo, y no quería llegar muy lejos, dio la espalda a las satisfacciones viajeras del progreso, clavándose en esta tierra como la raíz de un espino. Aferrándose cada mañana a su silla de montar, para ir donde siempre como si fuera la primera vez y hacer lo de todos los días con el temple explorador de un aventurero, diríase que este hombre habita alguna oscura región de un tiempo que, sin ser presente, tiene aún menos de pasado que de inviable futuro.
   ¡Claro que está desesperado! Desesperado como el desierto, como el sol, como sus ovejas y mis cabras; pero de un modo distinto al de la mayoría de los profesores que conocí mientras ejercí de charlatán a sueldo, sobornado y perpetuo. Desesperado como los que se hartaron de luchar, y como quien ya sólo lucha por instinto; desesperado como la lucha contemporánea, como los condenados a muerte y un buen número de condenados a vivir... Dejó de esperar, desesperó.

6.
No Servir Ni Para Perder El Tiempo

    Cuando concebí este trabajo, se me representó como una cala respetuosa en un mundo reo de la marginalidad, objeto del más olvidadizo desconocimiento. Sin idealizaciones. Sin prejuicios. A salvo de la exaltación romántica en igual medida que del despreciativo despotismo urbano. Mostrar lo que estas tierras y estas gentes conservan de dulzura y de veneno, todo lo que atesoran de magia y bondad lo mismo que de ramplonería y malevolencia, su equipaje de encanto y de terror. Pero, por algún motivo, quizás debido a la flaqueza de mi imaginación y a mi escasa capacidad observadora, las palabras terminaron apuntando hacia otro sitio. Al final, mi consustancial desesperación me salva siempre de esos proyectos tan racionales, tan analíticos. Y vuelvo a entregarme a un hablar de mí mismo que no debe interesar a casi nadie. De hecho, a mí no me interesa. No espero nada de esta obra. No es lícito anhelar algo de ella. Ni siquiera sirve para perder el tiempo.

7.
Un Cuarto Cerrado

    Cuando el hombre de la gallina muerta en la entrepierna golpeó al Guardia Civil que le pedía de mala manera el carné de identidad, no esperaba, muy seguramente, ir a la cárcel. Cuando ingresó en presidio, desesperó al instante de salir de allí. Ahora que está fuera, ha comprendido que todos vivimos en una prisión, más grande o más pequeña. Y dice que más vale no esperar nada de la vida, ya que es un cuarto cerrado.

8.
Pocilga Literaria

    No espero nada de la literatura -a ella tampoco le cabe esperar mucho de mí. Me considero inmune a toda esa engañifa de “la buena escritura”. La figura, clásica o moderna, del escritor de talento me parece odiosa (y, a la vez, cómica, con un deje de patetismo que forma casi parte de su gracia de bufón). Detesto el gran mundo corrompido de los autores de renombre casi tanto como el mundillo lastimero de los escritores en busca de prestigio. Me repele la idea de que pueda existir una crítica literaria que no mueva a risa y un mercado de la obra de arte que no atufe a pocilga.
   Sin embargo, no escribo.

9.
Enrollaba Los Billetes Meticulosamente Y Los Introducía En Botes De Conserva Que Luego Esparcía Por La Cambra, Donde La Humedad, El Polvo Y Las Alimañas Se Encargaban De Echarlos A Perder

      He gastado veinte años en alimentar sin descanso un concepto “épico” de lo que mi vida estaba siendo y debía ser. La épica se halla indisociablemente unida a la esperanza: “la grandeza no es algo fortuito, debe ser deseada”, escribió un criminal. Como la desesperación se identifica con la ausencia de deseo (dejar de esperar es dejar de querer), situaba yo entonces mi vida en la antípoda exacta del punto en el que ahora me encuentro. Esperaba ser Hombre, Sujeto, mi propia Obra, Gesto intencionado, mentor de la Epopeya. Esperaba modelar mi vida como el escultor la roca, hacerme y deshacerme bajo la mirada despejada de mi libertad; esperaba llegar a alguna parte, conducirme insomne aunque también caprichoso; esperaba inventar una existencia propia, más mía que yo mismo, atrozmente diferente. Hallábame henchido de esperanza, rezumante de futuro, tocado de heroicidad. Y un día tropecé con el hombre de la gallina muerta en la bragadura...
    Orgulloso, parecía brotar de la tierra misma, con el vigor y la majestad de una sabina. El sí que se me antojó, muy exactamente, “una fuerza de la naturaleza”. Fallaba menos que el sol, que las flores, que el invierno. Y no salía jamás de su única, e inconmovible, ley de comportamiento: desde el alba hasta el anochecer guardar su hatajo de ovejas. Eso, y nada más. Eso, y para nada. Conducir ganado porque, habiendo nacido aquí, “era lo que esta tierra pedía”. Millonario, no trabajaba por dinero. Austerísimo, no cambiaba dinero por propiedad: enrollaba los billetes meticulosamente y los introducía en botes de conserva que luego esparcía por la cambra, donde la humedad, el polvo y las alimañas se encargaban de echarlos a perder. Señalado como el más rico de la aldea, su ya célebre habitáculo era no obstante el más humilde -con suelo de tierra, minúsculas ventanas sin cristales, chimenea antigua por toda cocina y cuadra a modo de cuarto de baño... Concebíalo exclusivamente como un lugar donde pasar la noche y resguardarse de los fríos. Más que en una casa -se comentaba maliciosamente-, vivía en un corral, al lado de los mulos y de los perros. Instaló en aquel refugio precario, como en un guiño de ojos al mundo moderno, un teléfono que no sabía usar y una lavadora que estropeó el día de su estreno. Nada más. Mantenía mil ovejas, lo que desde un punto de vista zootécnico resulta rigurosamente “imposible” para un hombre solo. Y, dejando aparte el enigma del pajarraco muerto, jamás había estado enfermo. No se descubría en su rostro la menor huella de desdicha, tedio o ansiedad. Plácido, tibiamente sonriente y acaso un tanto vigilante, sugería la imagen de un hombre a salvo de la amargura.

["Desesperar" está en proceso de reedición por el colectivo de La Revuelta, de Zaragoza. Para obtener un ejemplar, póngase en contacto con la editorial o con el autor] 

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